
~Voy a salir -dijo con una vocecita.
~A ver si no tardas -dijo la madre.
El chico se deslizó por el vestíbulo y salió a la escalera, cerrando de un portazo.
La escalera estaba fría y una tenue lámpara eléctrica alumbraba fríamente cada rellano. Bajó deprisa los tres tramos hasta el patio negro y silencioso y se puso a rastrear hacia atrás y hacia adelante, peinando con los dedos la hierba larga al pie del poste de la ropa.
La encontró en medio de una hoja de col mustia. Era lisa y redonda, del tamaño de una canica de vidrio, y por la luz con que brillaba parecía descansar sobre un precioso pedacito de terciopelo verdeamarillo. La recogió. Estaba tibia y un fulgor rubí le llenó el cuenco de la mano. Se metió la estrella en el bolsillo y subió.
Esa noche en la cama la observó mejor. Dormía con su hermano, que no se despertaba fácilmente. Metiéndose bien debajo de la sábana, abrió la mano y miró. Con el fulgor blanco y azul de la estrella, el espacio de alrededor parecía una cueva dentro de un iceberg. La acercó a los ojos. Vislumbró en el fondo el dibujo de un copo de nieve, lo más fabuloso que había visto en su vida. A través del enrejado de cristal del copo vio un océano de relucientes olas azulnegras bajo un cielo repleto de galaxias enormes. Oyó un arrullo remoto, como el ruido de un caracol marino, y se quedó dormido apretando la estrella en la palma de su mano. La disfrutó casi dos semanas, mirándola de noche bajo la sábana, viendo a veces el copo de nieve, a veces una flor, una joya, la luna o un paisaje. Al principio la ocultaba durante el día, pero pronto se acostumbró a llevarla consigo; tener en el bolsillo aquel calor liso, suave y cálido lo consolaba cuando se sentía ofendido o abandonado.
Una tarde en la escuela, decidió echarle un rápido vistazo. Estaba solo en un pupitre, en el fondo del aula. El maestro andaba entre los chicos de la primera fila y todas las cabezas se inclinaban sobre los cuadernos. Rápidamente sacó la estrella y la miró. Parecía un ojo indiferente con una fría pupila verde que se enturbiaba y se estremecía como si estuviera metida en agua.
~¿Qué tienes ahí, Cameron?
El chico cerró la mano.
~Será mejor que me lo des.
~No puede, señor.
~No tolero la desobediencia, Cameron. Dame eso.
El chico vio encima de él la cara del maestro, la boca que se abría y cerraba bajo un bigote recortado. De repente supo qué hacer y se metió la estrella en la boca y la tragó. Mientras el calor tibio le bajaba al corazón, se sintió tranquilo y aliviado. La cara del maestro retrocedió. Maestro, aula, mundo, se alejaron como un cohete en una oscuridad cálida, cómoda, dejando un reguero de gloriosas estrellas...
Y una de las estrellas...era él ."
.-Cuento extraído del libro "Historias sobre todo inverosímiles " y cuyo autor es el escritor y artista escocés ALASDAIR GRAY .